Era de alma débil, de esas almas que se contaminan de soledad los domingos...
De esas almas que abrazan sueños que acaban al despertar por la mañana, y no logran soltarlos durante todo el día. De esas almas en las que quedan grabadas las heridas. Pero tenía la habilidad de sonreír ante la más mínima e insignificante cosa bonita que la vida le presente y así andaba, sonriendo por todos lados, ocultando la fragilidad de su alma.
No conocía el punto medio,
nunca lograba encontrar el equilibrio, su existencia consistía en permanecer en
los extremos, se reía a carcajadas sintiéndose plena o lloraba con hipo hasta
quedarse dormida. Las cosas le entusiasmaban con gran intensidad o no le
interesaban en absoluto. Se enloquecía con sus pasiones pero ignoraba por
completo todo aquello que para ella no tenía importancia. Escucharla
hablar era una aventura interminable donde las palabras eran castillos que a su
vez contenían miles de otras palabras, haciendo constantes semiosis
infinitas, eternas ramificaciones de historias entrelazadas.